Gloria nació en Algeciras y, por la diferencia de edad, nunca nos cruzamos en tierras de Cádiz sino que vine a encontrarla en Madrid.
La niña gadita estudió en Sevilla y Madrid y, pronto olvidó sueños de periodismo de investigación y corresponsalías internacionales cuando, por acompañar a su aficionadísimo papá, comenzó a ver los toros desde la barrera del hogareño sofá. Bendita tele que hace afición y que, si Dios quiere, será el burladero de los aficionados catalanes.
Eligió periodismo porque siempre gustó de la escritura y, en los diarios a los que se confiaba, lanceó sus sentimientos de personita sensible. Luego, cuentos y mucha lectura. Entre mil libros más, los de Joaquín Vidal y Navalón, le clavaron los rehiletes de la pasión por el lenguaje de la gente del toro.
Comenzó a placearse en Mundotoro, luego en las tertulias de La Divisa, en Radio Intereconomía, para acabar, en Radio Nacional de España, en Clarín. Esta urbanita de centro comercial, sí se casaría con un torero, si fuera capaz de vivir en la ciudad, nunca en el campo.
Con 19 años, en San Isidro 2005, descubrió que su torero era Encabo. El Cid salió por la puerta del Príncipe de la Maestranza sevillana y se ganó, así, sonriendo desde la altura, su admiración. Hoy su figura es Morante.
Sus amigos la llaman GRIS, no porque sea anodina, al contrario, sino porque para ella el toro siempre debiera ser cárdeno, de origen Saltillo-Santa Coloma. Como los Vitorinos, los Adolfo Martín, La Quinta. Esta niña, tan revistera como cronista, derrocha arte, será figura y a mí me deslumbró cuando la escuché hablar de toros en la orilla de una piscina. Cemento y calor como en las localidades altas de las Ventas. Pero, su acento me trajo un ponientazo de salitre hasta Madrid.
Gloria Sánchez-Grande y Clarín